viernes, 26 de enero de 2018

MISTICISMO GUERRERO A ORILLAS DEL DUERO


Hubo una época en que Soria era tierra de fronteras. De fronteras políticas, religiosas, culturales. A un lado del Duero los árabes y al otro, los cristianos. Las tierras reconquistadas por estos necesitaban ser consolidadas atrayendo nuevos pobladores. Siendo consciente de ello, Alfonso I el Batallador, propició que civiles y religiosos se acercaran hasta esta zona de Castilla abrazada por el Duero. Los primeros fueron instalándose en el vallejo protegido por los cerros del Mirón y del Castillo. Los religiosos eligieron en cambio las orillas del Duero, siendo primera línea de defensa en caso de ataque. Por lo que no podían ser monjes cualesquiera. Debían ser monjes guerreros que defendieran la fe con la cruz y la espada.

Y así fue. Los templarios construyeron San Polo y aguas arriba, junto al vado sobre el que se levantaría el puente, provenientes de Jerusalén, los hospitalarios erigirían un monasterio en honor a San Juan. Compaginaban su labor hospitalaria con la militar, iniciadas ambas en las cruzadas de Tierra Santa.

Comenzaría una singladura que a lo largo de más de ocho siglos ha ido mezclando historia y leyenda, arte y naturaleza. La pequeña iglesia que ya existía aquí fue reformada añadiéndole sendos templetes de orientales influencias. Y para meditar, un claustro. Pero no un claustro cualquiera, sino un auténtico compendio de los estilos arquitectónicos que se usaban en el mediterráneo medieval, una sinfonía de arcos que juegan, se entrecruzan, forman lazos e incluso se cuelgan olvidándose de la gravedad. Un camino sin principio o fin, en torno a un haz de luz que al atardecer, al ponerse el sol tras la ciudad castellana, se tiñe de rojo y une con un mismo color río y piedra.

Adentraté en un recorrido de más de 800 años, entre monjes guerreros, ánimas becquerianas y un Duero que parece ralentizar aquí su discurrir para observar mejor San Juan.

Julián Hernández García